TODAVÍA NO brindemos, permíteme
encontrarme otra vez en tus ojos,
dame la oportunidad de vestirte a
mi modo, con las zapatillas en las
manos y las cenizas en la copa aun
te reconozco entre tu caliente paladar,
con un poco de whisky tu cuello es
delicioso, tu labial me ha dejado en
la boca un aroma a pólvora, con tu
sueño el cantinero insomne de los
acantilados, el abarrotero de las fiestas,
el torpe amanecer de los rutinarios, el
vago pretexto de tu cuerpo desnudo en
mis dedos, te he amado mientras me
esperabas en tus ojos.
En morir y desvestirme frente al espejo,
mi corbata es un lío de guerrillas extrañas,
madrugadas de pasillos robados, el Big Ben
ajustado a la hora de despedirnos, y tu silueta
derretía la sombra de las aves, se afianzaba
triste en mis ojos, se me olvido atrasar el reloj,
se me perdió la moneda para el parking de tu espera.
CUANDO TU NOCTURNO QUIERA,
hasta el fondo viento, donde mis manos
exijan tu figura y cansada mi espalda
de abandonos te arrebaten.
Tu nocturno es una gaviota que vuela
y llora, una ribera infinita, perdida sin astilleros
y a lo lejos un barco en mármol levanta velas
despidiéndose para siempre de mi pecho.
Y sólo mi sangre, va llorando tu rastro
en todos los espejos de caracoles, silencio
por favor, silencio de ruinas al deseo,
por sus lagrimas púrpuras en mis ojos,
que nocturno sin sombra sostiene el cielo,
para morir y olvidar hasta el fondo del
mismo aliento.
Con la mano de tu espera,
vigilándote como un grito
entre tumbas de despedidas,
con rifles y café, contra mi mismo,
sin tiempo de traicionarte,
me abandonaron tus ojos a la mitad
de la mirada final, sospechando
con el humo de los calderos,
esperando que transcurra
esta derrota con un cigarrillo en
el bolsillo, te he dado una bocanada
de niebla en la garganta. En la selva
del pecho deforestaron tu nombre
cuando el ruido de tu sombra
amaneció en mi cuerpo.
Triste tus muertos
con la boca de lobos
sinagogas de fuego
relámpagos de rencor
ahogados con ráfagas
niños sin padre
niños sin sangre
gazas en la calle
dios sin dios.
Mi padre se compró esta mañana un reloj antiguo
en el mercado, y al ponerle la hora, se le vino
el tiempo encima, su sonrisa comenzó a caerse
en trozos sobre la mesa, y la mirada segura,
tenue fue perdiendo hacia la nada el sonido
con el que observaba. Su corazón goteaba
canciones de discos de petróleo, cruceros
finitos, donde el mar y el pavimento nunca
inventó, se le quemó la boca a mi Viejo
cuando dio la seis de la tarde, el segundero
descansó entre las manos agrietadas del trabajo,
en las fotos blanquinegras de los parpados,
era mi padre otro hombre con un reloj de manecillas
en las manos y ahora distinto, entre las once
y las tres de la madrugada, como un café descafeinado
poco déspues que los angeles se exiliaran.
Tu espalda me sabe a cenizas,
dónde cientos de hombres han
muerto de sed, dónde sus lágrimas
han despilfarrado los ojos pardos
con que avanzabas tomada de la
mano entre los bosques del cuerpo,
senderos húmedos, sin hojas, sin
canciones provocativas, allá cariño,
entre las zapatillas de los anaqueles.
Ahora tu desnuda figura me asecha
cuando avanza mis dedos por las cortinas,
deshuesando con mi cigarrillo el cajón
de tus vestidos, Querida te he deseado
sin razones en medio de tus bordes,
adolorido de ajenjo y siluetas clandestinas,
lo he repetido embriagado;
"tu espalda ..."
ha consumido tu cama;
"... me sabe ...",
te han asesinado cada noche;
"... a cenizas".
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