Ese fui yo, el fortuito del naufragio,
el duermevelas fundido tras una cantina
personal abandonada, el homeless de las bocas
donde anudaba un sin fin de canciones sin notas
para asediarme de tragos, y derrumbado con
tu figura en mis manos, mis ojos te mordían el
cabello, luego los amargos claveles brillaban
desoladas como esta caja de papel con tu
cariño y donde los charcos de las brisas acumuladas
en mis ropas consumían la luna nevada de un
pequeño faro obstinado que latía sin su espaldas
espumosas.
Simplemente yo, distorsionando recuerdos
como el mar sobre el viento, y las hojas a las sombras
de los árboles, esperando sin pasión el ultimo estoqueen
de la dama de esgrima, a la altura del silencio,
pero eras tu querida, la solución del acertijo
moribundo con el que brindaba:
el resto son exageraciones y quimeras,
pero en ese puerto el marinero renunció.
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